martes, 30 de marzo de 2010

En resumen

Me vi partir con el morral repleto de recuerdos
hacia inhóspitos presentes
para que mi carta de presentación fuera hoy
un manojo de buenas estrellas
simples, compañeras
que paso a revelarte en esta conversación,
como si mi tiempo hubiera transcurrido
lo que dura una charla.

Floreada

Nadie puede robarte la ilusión
de fingirte algún modo,
pero quitáte el velo
y dejá que fluya el universo
como aves sin nido
entre antenas de ciudad.
No olvidés desangrar el nudo
que solo después de llorar
se cae en la cuenta y no antes.
Esa gota de rocío
que ves rodar por la venta
es la angustia de los días
que bebemos con los ojos.
Y aún, si la soledad gustara de vos
de verte luchar contra su exceso
brindále tu ignorancia primero
que te hará flor por pensar
en las horas con ella;
sino, mirá mi jardín.

Caníbal


Si lo preguntás,
me embriagaría esta noche
para saber qué se siente...

Después,
qué importa si soy gaviota
alimentándose de humanos;
ya dejé de ser especie.

Soledad

Transitarte es el tormento de toda hora.
Es tu costado inviolable que me humilla,
que revela la flaqueaza de la esencia mía,
en el medio del silencio, de esta ansiedad
que no sabe cómo reprimir su anarquía.
Vestirte sin presagios me vuelve vulnerable,
y sin embargo, no me dejas más alternativas
que aprenderme en esta disputa
por conquistar la simpleza.
Se te quiere solo por la nobleza
de hacerme mujer al final del camino.

La noche es mi peor momento


Como si a la luna
la hubieran dejado allí,
colgada,
sin querer.

En tanta soledad
necesito una caricia.

Y esta luna sin brazos...




Para qué la quiero.





Para qué





lo quiero.

Estelar


Saldré a tu encuentro:
busco ofrendarte la mitad
de toda constelación de mi universo.

Y si son tantas las doncellas
que prendidas en el cielo
hornean crisantemos...

Yo también quiero hacer
que la noche se sonroje.

La hora inquieta


Estrellar esta ansiedad
contra el cielo de hoy,
fijando en el atardecer
líneas violetas de sangre
—excedentes de una herida—.

Pintar el firmamento
con restos de mí,
y que la noche los desplace
hacia otra zona del universo.

Es tan efímera la vida
que para qué hacer
saltar las horas.

Tempestad


Olvidé morir... ¿Habrá reparo?
Dejé sola mi soledad, y no por castigo.

Aunque tus ráfagas
hagan trizas las ventanas
jamás sabré, viento,
a qué has venido.

¿Despertarán las piedras?
¿Vendrán a visitarme los caminos?

A la memoria


Mi abuela calzaba zapatos de mimbre
que mecían mi infancia a puro color.
Sus rubios cabellos colgaban de frente:
un blanco perfume que me conquistó.
Jugaba a quererme vestida de lino y,
por su suave reloj,
pasaron los años corriendo a mis hombros,
y ahora de mimbre los pies tengo yo.

Desde la ventana


No es una rosa simplemente marchita
sino un epitafio sobre lo que aún respira:
un corazón cansado de penar,
aunque ya no le queden cicatrices.

Es aquello que, desde la ventana,
le demuestra al sol
que no fue suficiente.

El que no cree

A vos, que estas encerrado
en lo más oscuro de mi cuerpo:
¿cuán profundo ha de ser el vacío
para nunca colmarse?